martes, 16 de marzo de 2010

Jean-François Revel: La traición de los "profes"


La semana pasada, que pasé en casa con gripe, un amigo me regaló el libro El conocimiento inútil, del escritor francés Jean-François Revel.

Todavía no he acabado de leerlo, y no estoy seguro de coincidir en todos sus argumentos con el autor, pero hay un capítulo que atañe directamente al tema de este blog, y se llama, muy elocuentemente, “La traición de los profes”.

Dedicaré unas cuantas entradas a presentar lo que me parece más interesante de dicho capítulo (los subrayados son míos, no del autor). Aquí va la primera (página 390 de la cuarta edición en Austral):


“A partir de 1968 y de las revueltas inspiradas por la contracultura norteamericana que se desencadenaron ese año, un segundo componente ideológico se añadió a las groseras prácticas de la pueril y cínica censura, a saber, que la simple transmisión del conocimiento era reaccionaria.


Por lógica vía de consecuencia, aprender también lo era.

Asistimos a la expansión de la pedagogía llamada no directiva, que, en quince años, consiguió llevar a cabo la proeza de que una tercera parte de los niños que se presentaban al ingreso en el segundo ciclo, después de cinco o seis años de «instrucción» elemental, eran casi analfabetos, y que una parte apenas minoritaria de los estudiantes que llegaban a la universidad podían leer, pero muy pocos podían comprender lo que descifraban.

Esta decadencia no puede atribuirse más que parcialmente al aumento de los efectivos y a la falta de personal docente cualificado. Es consecuencia principalmente de una doctrina de las más oficiales, de una opción deliberada, según la cual la escuela no debe tener por función transmitir conocimientos.


No se trata de una broma: la ignorancia en nuestros días es objeto, o lo era hasta hace bien poco, de un culto cuyas justificaciones teóricas, pedagógicas, políticas y sociológicas se extienden explícitamente en muchos textos y directrices.


Según tales directrices, la escuela debe dejar de transmitir conocimientos para convertirse en una especie de falansterio «de convivencia», de «lugar de vida» donde se despliega la «apertura al prójimo y al mundo». Se trata de abolir el criterio considerado reaccionario de la competencia. El alumno no debe aprender nada y el profesor puede ignorar lo que él enseña”.


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Hasta aquí el primer extracto, que me trajo recuerdos de algunas de las cuestiones que mis profesores del CAP (curso de aptitud pedagógica) plantearon, allá por el año 1995, en la Universidad de Santiago de Compostela.


(Continuará...)

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